



Hace poco más de un año tuve la oportunidad de conocer a Esther Mendioroz, una española de Sangüesa, Navarra, que le roba el corazón a quienes la descubren. Debido a que su modestia es del tamaño de un castillo, me tomo el atrevimiento de publicar aquí algunas huellas que dejó en Santo Domingo, República Dominicana.
No tengo palabras para describir la humanidad que emana de esta virtuosa mujer. Su labor en la zona Oriental de la capital dominicana, donde impartió talleres de manualidades a mujeres pertenecientes a la parroquia San Vicente de Paúl –donde oficia el Padre Alegría–, es un ejemplo a seguir y una prueba de que la fraternidad no conoce fronteras.
Esther, ojalá puedas volver pronto. Santo Domingo también es tu tierra, tu ciudad. Abrazos desde este lado del mar.